Sabroso, nutritivo y fácil de preparar, el san jacobo es un bocado perfecto en cenas y almuerzos durante los doce meses del año. Además, a los menos aplicados en la cocina no les resultará difícil obtenerlos precocinados en supermercados y tiendas de alimentación, por lo que no hay excusa para degustarlos siempre que se desee. Se demandan con regularidad en sus diversas variantes, como cualquier distribuidor de San Jacobos congelados para hosteleria puede confirmar.

 

Los san jacobos consisten en una loncha de jamón serrano o de york dispuestas rodeando una loncha de queso gruyère o similar, ambos rebozados con pan rallado y huevo para freírlos en aceite. Antes del estallido de su popularidad en la España del siglo XX, parece ser que la variante originaria de la receta era conocida en Suiza como cordon bleu, de la que procederían a su vez los escalopes vienenses.

 

En la Península, los historiadores fijan el origen del san jacobo en la iglesia sevillana de Santiago Apóstol en Castilleja de la Cuesta, donde esté preparado era bastante habitual. Se estima, además, que el san jacobo se servía con anterioridad al siglo XX en las posadas del Camino de Santiago, concretamente a los peregrinos en recompensa por alguna hazaña.

Otras voces expertas sugieren que el san jacobo cumplía una función probatoria. Dado que entre sus ingredientes figura el cerdo, los peregrinos que la consumían demostraban así su adhesión al cristianismo y que, por consiguiente, la carencia de vínculos sólidos con el islám y el judaísmo. Pero en la actualidad, esta finalidad —si alguna vez fue real— brilla por su ausencia.

 

Aunque los san jacobos se consumen a lo largo y ancho de la geografía española, cada región posee versiones propias con muchas similitudes y escasas diferencias. Es el caso de los flamenquines de Andalucía y de los cachopos de Asturias, por citar dos ejemplos.