Las tapas son uno de los platos más característicos de la gastronomía española. De origen incierto (muchos afirman que el concepto nació como respuesta a la carestía de alimentos durante la Guerra Civil), la tapa adopta mil formas y sabores, y además no se tapea igual en Granada que en Vizcaya, donde el pintxo parece inseparable del pote o bebida.

 

Un buen representante de esta vertiente gastronómica son las gambas en gabardina congeladas o frescas, un bocado que se sirve sin retirar la cola de este crustáceo, pues es tradición que los consumidores se sirvan de esta parte de la morfología de la gamba para degustarla fácil y cómodamente. Se sirve caliente, tras freírse en una masa de harina de trigo y de maicena.

 

Las patatas son un ingrediente clave en la receta de numerosas tapas. Sirvan de ejemplo las patatas bravas, uno de los emblemas de la comida ligera nacional, escasamente elaborado pero de exquisito sabor. Debe su peculiar denominación al segundo de sus ingredientes, la salsa brava, compuesta por harina de trigo, cebolla y pimentón picante (este último justifica la ‘bravura’ de su sabor). Es común que esta tapa se sirva también con salsa alioli.

 

Por su parte, las tapas de tortilla de patata constituyen otro clásico indiscutible de esta gastronomía en miniatura, que puede manifestarse en combinaciones tan imaginativas como el chorizo a la sidra. Esta tapa, menos conocida que la anterior, se compone de embutidos cocidos a la sidra, regados después en una salsa picante.

Típicamente gallegas son dos de las tapas más degustadas del norte peninsular: el pulpo á feira y el lacón con grelos. La primera es ya un clásico de la cocina de Galicia, donde el octópodo que llaman polbo es apreciado y bien aprovechado en multitud de platos; la segunda está basada en el lacón gallego y brotes de grelos. De exótica denominación es también el pintxo de txangurro y otros manjares de pequeño tamaño y gran sabor que tienen bien ganado su lugar en cualquier libro de tapas españolas.